miércoles, 21 de julio de 2010

Veldrin - Sesión 4 (El Nigromante)

La idea de seguir al encapuchado y su guardaespaldas Shaughain era atractiva, pero la magia que irradiaban las runas inscritas en la ropa de aquel rivvil me hizo pensármelo mejor. Si tenía que enfrentarme a ellos, probablemente saliera perdiendo, pues eran dos contra uno, así que tomé el camino por el que habían venido ellos.

El camino giraba hacia el sur, y de nuevo en la esquina, tras la pared, se podía oír un aullido lastimero filtrándose por la roca. En el suelo yacían tres arañas atravesadas por un arma astada… Sin duda, el Shaughain había hecho su trabajo. Más al Sur me pareció divisar una reja, pero estaba más allá del alcance del escrutinio de mi vista en las sombras.

Me dispuse a examinar la pared de nuevo, buscando otra palanca que abriera la pared. Enseguida encontré un orificio similar al anterior. Pero al introducir la mano percibí que algo hacía resistencia. Metí la mano con cuidado, intentando no tocar el hilo de pescar que cruzaba el agujero y prefiriendo no saber que activaba. La pared se deslizó y ante mí apareció un cubículo igual al anterior, y en su centro, un altar muy parecido al de la sala anterior. Del altar emanaba el gemido de lástima… Ahora sabía para que servían esos altares, pero la gema ya había sido tomada. Carraspeé molesto.

- Odio que se me adelanten... Aquí no hay gema – Sisee para mí mismo.

Me alejé corriendo por los pasillos desandando el camino hasta llegar a la encrucijada, dónde el rivvil había colocado ambas gemas. Me detuve unos instantes a mirar las gemas; Mis sospechas eran ciertas, tenían la forma exacta de los huecos de los pedestales. Entonces, escuché una voz que recitaba en idiomas arcanos, en el túnel. También había ruidos que sugerían que una batalla había empezado.

- Un mago... Esto se pone cada vez más interesante… - Tomé el pasillo hacia la batalla mientras pensaba para mí mismo. Los Magos son formidables en combate, pero pocos son los conjuros que sobrepasan la resistencia natural a la magia de los Elfos Oscuros. Al final del pasillo pude divisar luz tenue, probablemente de una antorcha.

Al final del pasillo ,un agujero en la roca conducía a una sala repleta de sarcófagos, estanterías llenas de libros y algunos cofres. El hombre encapuchado y el Shaughain peleaban contra cinco esqueletos que aún se movían. Cuando alcancé la entrada, el Shaughain estaba protegiendo al mago del embate de uno de los no-muertos, mientras este lanzaba un proyectil arcano que redujo a astillas a otro huesudo.

- Amigos o enemigos? – Pregunté mientras carraspeaba y cargaba una flecha en el arco, disparándole a uno de los esqueletos hacia su antiguo y desgastado cráneo

El cálculo fue perfecto, pero la flecha impactó en el cráneo saliendo rebotada. Para mi asombro, ni siquiera había arañado el hueso. El ser continuó hostigando a su rival, pero el Shaughain lo derribó con un golpe de lanza.

- Si aún estuviera vivo... – Mascullé.

El mago seguía intentando lanzar sus conjuros, pero tuvo que interrumpir el ritual para esquivar a uno de los esqueletos. El guardaespaldas escamoso empezó a centrar sus ataques en los que se acercaban a su Maestro. Uno de los esqueletos intentó atacarle pòr la espalda, pero otro de ellos me había visto, y se lanzó a por mí enarbolando su sable.

- No tuviste bastante con morir una vez, maldito fiambre?

Estaba en un buen apuro... Las armas perforantes no podían atravesar el hueso envejecido. Gruñendo miré al suelo, y entonces vi los cascotes que habían saltado de los sarcófagos cuando los propios no-muertos habían salido a defender la habitación.

Cogí una piedra, la lancé al aire y la recogí mientras sonreía de lado. El esqueleto se abalanzaba sobre mí, pero cuando le lancé certeramente la piedra le hice una brecha en el cráneo... Pero no fue suficiente para detener su avance. Rodé por el suelo, esquivando un tajo vertical que me hubiese partido en dos. Pasó muy cerca… Casi no me lo creí cuando no sentí dolor.

En el centro del cuarto el mago volvía a conjurar. El esqueleto que estaba intentando acabar con su vida se convirtió en astillas bajo sus proyectiles, pero la rata de mar que estaba escoltándole no tuvo tanta suerte… Uno de los desalmados le hizo un tajo en la espalda, y la criatura cayó al suelo desangrándose por momentos.

- Aún no me has contestado si eres amigo o enemigo, mago! – Corrí hacia la lanza del hombre pez muerto, pues era la única arma que podría servirme, y descarté enseguida la posibilidad de desarmar a alguna de las criaturas esqueléticas. No contaba con que, por las prisas, se me caería la capucha dejándole ver al mago mi larga melena de plata, mis níveos ojos y mi piel de obsidiana.

- La situación nos convierte en amigos, Drow! - Gritó el escuálido encapuchado mientras aplastaba la cabeza del esqueleto que yacía en el suelo con una de sus botas.

Hice un hábil giro esquivando de nuevo la hoja del esqueleto y me lancé rodando por el suelo. Cuando me levanté empuñaba la lanza del Shaughain caído. Intenté golpear barriendo al esqueleto, pero este rechazó el golpe lateralmente. En vida debió ser un espadachín hábil, sin duda. El siguiente golpe se dirigió directamente hacia mi pecho, pero me eché atrás a tiempo. Sentí como el sable rozaba mis ropajes, rasgándolos suavemente.

Detrás oí la voz del mago, que volvía a entonar sus plegarias arcanas. Lance la lanza hacia arriba, cogiéndola por el extremo inferior, y giré sobre mí mismo para imprimirle la fuerza máxima al golpe. Quizá puse demasiado énfasis en ese golpe, pues el esqueleto lo esquivó sin a penas problemas. El desalmado se lanzó contra mí, y consiguió tajarme un brazo. Esa herida se iba a infectar con facilidad… Estaba seguro.

Entonces vi surgir por mi lado un rayo blanco brillante que impactó en el pecho del esqueleto dejando rastros de escarcha tras de si. El esqueleto pasó a la posteridad definitivamente.

Tiré a un lado la lanza y me llevé la mano a la herida. Después me la limpié en mi propia túnica y recogí la flecha que había desperdiciado antes del suelo. La cargué y apunté con ella al mago.

- Mi arco es más rápido que tu lengua... Qué hacíais aquí tú y el hombre pez? - El mago blandía una varita. Su escarcha quizá fuese más rápida que mi arco.

- Creo que esa no es forma de tratar alguien que acaba de salvarte la vida - El hombre, de apariencia joven, clavó sus ojos en los míos desde el fondo de su capucha - Buscábamos unos documentos - apuntó desviando ligeramente la mirada hacia una de las estanterías - Y tú, ¿Que hacía un Drow escarbando en una cueva? – Con sorna.

- Esperaba encontrar algo más que huesos y libros...

- Entonces esperabas bien, hay cosas mas "valiosas" aquí abajo, yo no las quiero, todas para ti. Yo me iré con mis documentos.

- Sabia decisión – Concluí mientras guardaba la flecha. Me colgué el arco y me dirigí a uno de los sarcófagos para registrarlo. Empecé a rebuscar entre los sarcófagos y los cofres, pero sin quitarle un ojo de encima al mago. No parecía peligroso… Pero nunca se debe bajar la guardia. Mientras, él rebuscaba entre los libros viejos de los estantes ajados por el tiempo. Mientras apartaba papeles polvorientos, algunos se deshacían en polvo entre sus dedos.

Al terminar el registro me hice con cuatro gemas, un colgante, y una varita con una calavera tallada cuya utilidad era incapaz de descifrar.

- Y cómo habéis sabido de esta cripta, Drow?

- Eso no es asunto tuyo... – Dije mientras examinaba la varita.

- Esta bien, como desees. Ten cuidado con esa varita, puede resultarte peligrosa si no la manipulas con cuidado - Articuló esas palabras tranquilamente mientras se encaminaba hacia la salida sin siquiera coger la antorcha que portaba su guardián, el cual yacía muerto en el suelo - Nos veremos, extranjero.

Cuando abandonó la habitación se fundió con las sombras del túnel. Sus palabras resonaron como un eco en mi cabeza, antojándose como una promesa de venganza.

- Te estaré esperando... – Siseé en respuesta. Yo también me encaminé hacia la salida después de esconder entre mis ropas el botín. Podía sacar beneficio de todo lo que había saqueado, al menos hasta que encontrase otra tumba a la que entrar. Cuando llegué a la encrucijada, arranqué las dos gemas de la pared. Antes de que pudiera echarlas al interior de mi túnica, sentí como el llanto de los altares se intensificaba hasta recorrer la cripta enteramente. Sentí como si una lápida me oprimiera el pecho. Carraspeando, volví a dejar las piedras en su lugar, aquella sensación no auguraba nada bueno.

Regresé a la superficie sin ninguna otra molestia, salvo el constante lloro de los altares. Cuando llegué a la entrada, la reja que me había impedido retroceder cuando entré había vuelto a la posición inicial. Evité la losa que la activaba saltándola, y volví a subir las escaleras. Mientras subía me llevé de nuevo la mano al brazo, que no dejaba de sangrar. La noche era tranquila y apacible. La suave brisa nocturna del lugar acariciaba mi piel descubierta, lamiendo mi sangre.
Mis piernas empezaban a entumecerse, doloridas. Cuando llegara al pueblo curaría las heridas, podría obtener beneficio del botín después de haber descansado. Me encaminé al santuario dónde encontré curación la última vez. Nadie me detuvo en la empalizada, y el sacerdote me recibió hospitalariamente.

- Veo que nuestro nuevo habitante es un afanado aventurero, deseáis reposo? El sueño bendito de nuestro altar podrá curar todas vuestras heridas.

La religión me ponía enfermo… Ni siquiera asistía a las Iglesias de Lloth en Menzoberranzan, aun siendo un creedor ferviente de que Lloth tiene en su mano el destino de todos y cada uno de sus hijos, los Elfos Oscuros.

- Sí... - Me limité a contestar en voz baja. Cuanto más aligerase el proceso de cura, antes saldría de aquel lugar. No me correspondía estar allí, ni me agradaba. Cualquier lugar que no fuese cercano a algún lugar sagrado de Lloth y su panteón, por contradictorio que suene, no me parecía seguro.

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