Tras recibir las curas fui a buscar al capitán de la guardia para comunicarle mi éxito. Tras agradecer mi trabajo, me dio otra cosa que hacer. Los Shaughain habían capturado rehenes de entre los habitantes del pueblo y los tenían presos. Dudó si encomendarme esa misión… Aún desconfiaba de mí. Cuando le planteé la posibilidad de dejar allí a los rehenes o de enviar a los inútiles de sus hombres a una muerte segura pareció pensárselo mejor.
Me dio algunas indicaciones para encontrar el lugar, se trataba de unas grutas que comunicaban con el mar atravesando la cordillera al oeste de la isla. Me resultaba mucho más fácil orientarme en cuevas, así que la mitad del trabajo estaba hecho. Me explicó dódne estaba la única entrada que conocía, en un risco que tenía la forma caprichosa de una ola rompiendo. También mencionó que había más entradas, pero más difíciles de localizar y más peligrosas.
- Cuevas... - Sonreí de lado bajo la capucha mientras siseaba - Volveré con la cabeza de esos desgraciados clavada en una pica... Y quizá con la de los rehenes en otra - Me giré mientras dejaba escapar una risa fría y salí del edificio para encaminarme hacia el lugar indicado.
- No, si sabes lo que te conviene - Alcancé a escuchar sus palabras, rebosantes de rabia por mi indiferencia al salir.
- Rivvil... – Me dirigí hacia los establos de la ciudad, pero los precios eran abusivos. Nadie necesitaba caballos en una isla como Kortos.
- Maldita sea mi suerte... Decoraré mi habitación con sus cabezas - Farfullé mientras caminaba. Mientras andaba comprobé mis bolsas. Veneno aturdidor, mi daga, mi arco, el carcaj con un puñado de flechas, y poco más, además del botín que no había vendido aún.
El viaje alimentó mis pensamientos de que Lloth pretendía torturarme. Me resultó difícil desplazarme, pues el camino estaba repleto de obstáculos naturales; Suelo quebradizo, enredaderas, zarzas y un extenuante sol que ardía colgando del techo del mundo. Tras un arduo día, conseguí dejar atrás las llanuras. Los primeros riscos tenían formas curiosas que el viento había tallado en ellos, además de convertirlos en un lugar peligroso. Un paso en falso y se acabaría el viaje.
En la Infraoscuridad el viento no erosionaba la roca, por lo que ubicar el terreno me resultaba realmente difícil. Tras vagar por la zona durante horas, conseguí encontrar la roca con forma de ola. Justo debajo se encontraba la gruta en la que supuestamente estaban los rehenes y sus captores. La suerte seguía estando del lado de mis rivales. La única forma de bajar era trepando por la ladera lateral. De otro modo, tendría que dar un rodeo demasiado largo.
Miré hacia arriba e intenté calcular las distancias; Si me caía no habría segundo intento. No tenía en mi poder ninguna clase de herramienta que me ayudase a subir, ni cuerdas, ni garfios… Nada, así que decidí probar suerte.
Gracias a mi agilidad natural aproveché los pocos y quebradizos salientes que iba encontrando para subir sin problemas. Cuando apoyé la mano en uno de los salientes este cedió por el peso. Quedé colgando de una sola mano, y miré abajo. Me agarré a la roca de nuevo y seguí subiendo, solo había sido un susto que podría haberme costado la vida.
A medida que subía, el viento azotaba mi piel cada vez más fuerte. Podía llegar al sendero que se habría ante la cueva lateralmente, pero el aspecto de la pared me hizo desconfiar. Quizá ascender fuese una opción más sabia, y además, desde arriba, dominaría el lugar con vista de pájaro.
Tras un ultimo esfuerzo que pareció interminable, llegué a la cumbre. Por la otra cara el terreno estable se encontraba mucho mas cerca. A unos cuantos metros bajo mis pies, dos hombres pez se hallaban sentados en lo que asemejaba una entrada a alguna gruta. La oscuridad de la noche impedía que se pudiera distinguir mi silueta contra el cielo, pues su manto era casi tan oscuro como el que me recubría a mí.
No pude evitar dibujar una sonrisa fría cuando divisé a los dos hombres pez. Eché mano de mi arco y preparé una flecha. Con la habilidad suficiente, podría eliminarlos a los dos antes de que pudiesen reaccionar.
Solté la cuerda tras tensarla. La flecha cruzó el aire produciendo el sonido característico que sonaba a poesía en mis oídos. Se tornó una pesadilla cuando ni siquiera pasó cerca del objetivo. Aún así, la fortuna me sonrió de cierto modo. Los vigías no vieron la flecha; Pero uno de ellos escuchó el sonido de la flecha hundirse en la tierra y se levantó, adelantándose a investigar. El otro permaneció en la puerta, expectante mientras encendía una antorcha.
Cuando la luz de la antorcha bañó el terreno que rodeaba al escamoso guardián me di cuenta de que una cuerda colgaba de una argolla y se adentraba en la gruta. El Shaughain la tomó mientras miraba hacia su compañero precavidamente.
Maldije para mis adentros mientras cargaba otra flecha, con la esperanza de poder eliminar al de la entrada sin que el otro se percatase. La flecha se clavó en la espalda encorvada de la bestia. Se tambaleó agonizando mientras la sangre brotaba a borbotones y cayó con el último grito agónico. El viento que antes me golpeaba la cara me había jugado una mala pasada, pero ya estaba controlado.
Cargué un nuevo proyectil confiado y lo liberé; La flecha se clavó en su hombro ,pero no fue suficiente para detener el avance de aquella sabandija. Llegó a la puerta de mi tumba y tiró de la cuerda. El tintineo de varias campanillas surgió vibrando del interior de la cueva y se propagó en la calma de la noche.
Eso no era lo que estaba planeado... Ni el mejor de los arqueros puede contra un ejército él solo. Aún así, iba a pagar por eso. Le disparé otra flecha y lo alcancé mientras intentaba escabullirse dentro de la gruta. Mientras la criatura caía junto a su compañero escuché gritos de voces guturales en un idioma que no entendía surgiendo del oscuro túnel. El lugar en el que estaba era perfecto para esconderse, así que me tumbé cuerpo a tierra y mientras intentaba no hacer ruido unté mi daga con una dosis de veneno aturdidor. Drow prevenido vale por dos.
Desde la altura podía ver perfectamente al grupo de hombres pez que surgieron de la cueva, precedidos por la luz de sus antorchas. Cuando dejaron de salir conté once criaturas, ni más ni menos. Sin duda, una batalla de ese calibre daría por acabada la odisea prematuramente. Uno de ellos, el que parecía tener la autoridad, trajo consigo a una mujer rivvil que se debatía por liberarse de sus ataduras.
Examianron los cadáveres mientras escudriñaban en las sombras con sus antorchas e intercambiaban palabras tan resbaladizas como la piel que recubría sus cuerpos.
- Vaya... Parece que incluso pueden comunicarse, con más sentido del que imaginaba... - Siseé sonriendo de lado burlescamente para mí mismo. Dudaba que s eles ocurriera buscarme arriba; Si subían resbalarían con sus ancas de rana.
De pronto, el corazón me dio un vuelco cuando uno de los hombres pez movió su antorcha intentando iluminar hacia arriba y señalaba en mi dirección; Casi parecía señalarme a mí. Aún sin entender las palabras que brotaban de sus gargantas, entendí la negativa del líder. Éste se acercó a la mujer y la liberó de su mordaza dejando que el terror de su voz retumbara en las montañas.
Esperaron un rato dejando gritar a la pobre muchacha, que al principio solo gritaba sin sentido, y después empezó a pedir clemencia y a rogar por su libertad. Su vida no me importaba lo más mínimo, una pérdida necesaria.
Seguros de que no surtiría ningún efecto, atravesaron la garganta de la mujer con sus lanzas. Después empalaron el cuerpo en otra y la situaron un poco más adelante, en el camino frente a la gruta. Pobres incrédulos…
Tras repartir órdenes, el jefe volvió dentro con sus hombres dejando a cinco de ellos en la entrada, armadas con lanzas y antorchas. A cualquiera con la sangre más caliente que yo se le hubiese helado en las venas. Para mis adentros pensé que esa mujer había tenido suerte, los Drow torturan a sus prisioneros durante horas hasta que suplican que les quiten la vida. Ahí abajo había demasiados, no podría repetir la estrategia.
Estuve meditando las posibilidades, y al final me decanté por conjurar unas luces danzantes con la esperanza de que se apartaran de la entrada. Cerré los ojos tratando de concentrarme, haciendo aparecer cuatro figuras luminosas con formas vagamente humanoides a una distancia suficiente como para que la luz de las antorchas no llegara.
Parecieron tragarse la treta, pues cuatro de ellos dejaron solo al último mientras avanzaban cautelosos hacia las luces. Sonreí de lado mientras empezaba a descender con la daga preparada. Iba a sobrepasar al guardia… Y si no podía, a eliminarlo en silencio. Mi descenso quedó amortiguado por las voces de los Shaughain que se alejaban lentamente, temiendo que las luces fuesen producto de su imaginación, o quizá algo peor. Estaba justo sobre la cabeza del único guardia de la puerta. Cogí aire y me dejé caer justo tras él. Antes de que se diese la vuelta había tapado con una mano su boca mientras con la otra atravesaba su carne.
La daga atravesó las escamas y la carne. Un instante después la criatura viscosa se desplomó entre mis brazos. Más adelante se oían voces que no auguraban nada bueno, la treta había sido descubierta.
Me adentré en la gruta que apestaba a humedad y a salitre. Sobre mi cabeza, recorriendo el techo de argolla en argolla, vi la dichosa cuerda que venía desde la entrada. Aunque el sistema era rudimentario, ya me había dado bastantes problemas
Tomé la cuerda y la rasgué, acabando con el sistema de alarmas.
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