jueves, 8 de julio de 2010

Veldrin - Sesión 1 (La Superfície)

Tras tropezar a ciegas con algunos pedruscos, conseguí apoyarme en algo para evitar caer. Los ojos me abrasaban por la luz. Pasaron unos segundos hasta que conseguí abrir los ojos y percatarme de que me encontraba sobre una pequeña explanada en la ladera de una montaña. El lugar estaba repleto de matorrales, al parecer intactos salvo por los que había destrozado en mi desorientación. Hacía tiempo que no pasaba nadie por allí, podía verlo en el paisaje a mi alrededor. Cuando me di media vuelta observé que donde antes estaba el agujero por el que había huido, ahora solo había piedra escarpada, como si jamás hubiese habido túnel alguno allí.

Volví a voltearme, y ante mi se extendía un enorme terreno costero. Desde la ladera podía ver la costa formada por acantilados y playas de piedra. Distinguí algo fuera de lugar en una de esas playas, y al aguzar la vista oteé los restos de una embarcación que habían sido arrastrados por el oleaje hacia la costa. Me puse la capucha de mi negra túnica y caminé hacia allí mientras parpadeaba, terminando de acostumbrarme a la luz de la superficie. Quizá encontrara algo útil entre los restos del barco.

El descenso me pareció eterno, las zarzas y demás matojos se agarraban constantemente a mis piernas entumecidas, y el contacto del sol y la humedad costera eran asfixiantes. Durante la bajada me vi obligado a rodear parcialmente el risco, pues la dificultad del terreno y el cansancio amenaban con hacerme caer. Entonces me di cuenta… El agua rodeaba por los cuatro costados el terreno. Estaba en una isla. Me encontraba en la parte Oeste del islote, desde dónde pude divisar una pequeña población, muy cercana a unas imponentes ruinas.

El terreno me obligó a cambiar de nuevo de dirección y finalmente llegué a mi destino. Era una terreno muy extenso, y el embestir de las olas resonaba con fuerza. Me percaté de que era la primera vez que oía el sonido del mar y el romper de las olas contra la costa. Por todas partes había cajones, tablones de madera y barriles dispersos, además de algunos cuerpos humanos en apariencia inertes. Las olas todavía mecían la mitad del casco de una embarcación.

Logré encontrar un par de barriles intactos que contenían provisiones de comida, pero nada decente de beber, hasta que en uno de los cuerpos encontré un odre con algo de agua. También reuní cuatro piezas de oro de todos los marineros. Eran diez marineros, y no todos ellos habían muerto ahogados, algunos presentaban heridas bastante graves. Estaba claro que los habían abordado y habían llegado a la deriva a la costa ,estrellándose con las rocas. Cuando me acerqué a uno de ellos y empecé a rebuscar entre sus ropas empezó a toser y escupir agua. Tenía una brecha en el pecho bastante agravada. No iba a sobrevivir.

El hombre continuó tosiendo un rato y al percatarse de mi presencia se quedó mirándome
- Que diantres hace aquí un Drow? ¿Piensas acabar conmigo? Lo tendrías muy fácil – Dijo con voz rasgada por el dolor.

- Parece que la fortuna no nos sonríe a ninguno de los dos... Aunque conmigo solo ha querido divertirse. No pretendo matarte, humano. No sacaría ningún beneficio de ello... Parece que os han atacado, qué ha ocurrido?

- Por fin los vientos me son propicios, íbamos hacia Kortos a comerciar cuando nos atacaron unos monstruos similares a los hombres lagarto, treparon por el casco de la embarcación... En el combate me hirieron... Lo siguiente que se es que estoy aquí tirado - Consiguió decir antes de sucumbir a un ataque de tos.

- Tranquilo... Yo haré desaparecer tu sufrimiento. Descansa en paz.

Desenvainé mi daga y la hundí en el cuello de aquel pobre infeliz. El moribundo miró horrorizado el brillo de la hoja al sol, y la expresión permaneció cuando abandonó este mundo. El silencio solo se rompía con el sonido de las olas. Algunas gaviotas se acercaban a darse un festín. Le cerré los ojos al difunto.

- Parece que aquí ya no me queda nada por hacer... – Siseé para mí mismo mientras me cubría con mi túnica.

Puse rumbo a la civilización con la intención de encontrar trabajo para ganar unas monedas con las que sobrevivir. La brisa marina resecaba mi garganta, no estaba acostumbrado a la brisa marina, así que di un trago del odre que había encontrado mientras andaba. Nunca me alegré tanto por el simple hecho de beber un buche de agua.

el camino me llevó de nuevo a sortear los riscos que ocupaban el oeste del islote, y ahora me encontraba andando por un vasto terreno poblado de matorrales entre los que se perfilaba perfectamente un camino de tierra. Las ruinas que había divisado anteriormente estaban cada vez más cerca, cruzándose en mi camino hacia el poblado. Se trataba de unas amplias explanadas de roca con dos niveles distintos, y en un extremo se alzaba una pequeña pirámide. Mientras me acercaba empecé a distinguir unas siluetas, situadas en puntos estratégicos de guardia.

Llevaban lanzas, y tenían toda la pinta de ser problemas. Saqué una flecha de mi carcaj y la puse en mi arco mientras me acercaba acechando. Desde mas cerca pude distinguir las espaldas encorvadas coronadas por crestas escamosas. Las criaturas eran algo mas altas que un humano, y mi aguda vista me permitía ver las membranas que unían sus dedos.

Probablemente fuesen los hombres lagarto de los que habló el marinero, pero asemejaban una mezcla grotesca entre peces y humanos. Los cinco sostenían lanzas y portaban jabalinas en la espalda. Estaban distribuidos por el patio. De pronto, me di cuenta de que uno de ellos fijó su atención en la dirección en la que me encontraba oculto. Decidí actuar rápido y con decisión; Si lo eliminaba antes de que se diese cuenta no daría la voz de alarma. Tensé el arco y disparé apuntando hacia la cuenca de uno de sus ojos.

La flecha se clavó en el cuello de la criatura, justo un poco mas abajo de donde había apuntado Se llevó las manos al cuello mientras su sangre se esparcía por el lugar y se desplomó. Dos de sus compañeros corrieron hacia él mientras los otros dos oteaban la zona, buscándome.

Intenté moverme sigilosamente hacia otro lugar para volver a disparar, pero uno de los oteadores señaló mi posición. Maldije mi suerte mientras cargaba otra flecha. La flecha voló hacia él y se clavó en su pecho, atravesando el corazón. Antes de que ninguno pudiera reaccionar ya tenía otra flecha lista.

El otro oteador sabía dónde estaba, pero los dos que habían ido a examinar el segundo cadáver aún no, por lo que aproveché la situación. Le disparé rápidamente al único que sabía de mi posición, y cayó como los otros dos.

Los dos supervivientes se giraron alarmados y cogiendo sus jabalinas las lanzaron en mi dirección, pues la salida de la última flecha me había delatado. Una de ellas se clavó inofensiva a mi lado, pero la otra, aunque intenté rodar esquivándola, rasgó mi brazo.

Me reincorporé con a penas unos segundos para cargar una flecha y volver a disparar. Intenté acertar al que me había herido, pero se apartó justo a tiempo. Chasqueé la lengua molesto.

Maldiciendo de nuevo esquivé con facilidad dos nuevas jabalinas. Se habían quedado sin armas arrojadizas, así que tomaron sus lanzas y cargaron hacia mí. Si me rodeaban la escapada de hacía pocas horas no habría servido para nada.

Cargué y disparé de nuevo, maldiciendo por dentro. Si erraba este disparo no iba a vivir para contarlo. Mi corazón latía fuerte bajo mi carne por la tensión. Sin embargo la fortuna me sonreía por segunda vez. La flecha se hendió en la cuenca ocular de una de las criaturas, derribándola. Siempre había sido hábil con el arco, pero empezaba a pensar que estaba teniendo mucha suerte. Quizá demasiada…

La caída del último de sus compañeros hizo dudar terriblemente al último de los hombres pez. Terrible error. Matar o morir, es la ley del más fuerte. La duda es para débiles. El hombre pez era débil, y cayó como los otros cuatro.

Cuando todo acabó me percaté de que me escocía el hombro. Las jabalinas estaban untadas con alguna especie de toxico. Nada que pudiera afectarme. Esas criaturas estaban haciendo guardia, y cada momento que perdía allí era menos tiempo que iba a tardar en llegar el relevo. Contundente, letal, como me habían enseñado en la academia. Registré rápidamente los cuerpos y proseguí mi camino hacia la ciudad sin perder más tiempo.

Las criaturas llevaban poco mas que sus ropas harapientas, salvo uno de ellos. Llevaba un colgante con algún tipo de bisutería, quizá pudiera venderlo. El Sol se escondería en pocas horas, y la ciudad estaba cerca. Mientras me acercaba divisé una empalizada de madera alrededor del poblado, a todas luces dedicado a la pesca.

2 comentarios:

  1. Buena interpretación, muy descriptiva y con fragmentos que inspiran un cierto realismo en el relato. Debes ser consciente de que la mayoria de los personajes no han visto nunca un bicho como un hombre lagarto o un sajuagin, y lo has sabido ver.

    ResponderEliminar
  2. Me ha gustado, pero para mi gusto debería tener descripciones más detalladas y "personales" del paisaje y lo que le rodea.

    ResponderEliminar